Los conflictos, la variabilidad y los fenómenos meteorológicos extremos -agravados por el cambio climático-, los problemas en las cadenas de distribución y la inestabilidad económica, «agravada por causas subyacentes como la pobreza y los altos y persistentes niveles de desigualdad», son los principales impulsores da crisis alimentaria mundial que estamos sufriendo, revela la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
900 millones de personas en el planeta están particularmente afectadas por esta situación, corrobora la entidad, que pone en entredicho la capacidad de generar alimentos sin tener un impacto irreversible en los recursos naturales. La agricultura es responsable del 80% de la deforestación y consume el 70% del agua dulce utilizada cada año.
Sin embargo, incluso si hubiera «suficiente potencial de producción en el mundo en su conjunto, aún habría problemas de seguridad alimentaria», concluye, «ya que cientos de millones de personas carecen del dinero para comprar lo que necesitan de los recursos para producir ellos mismos». Para encontrar soluciones a sistemas alimentarios con contradicciones cada vez más profundas, la FAO recomienda mirar hacia los pueblos indígenas guardianes del 80% de la biodiversidad del planeta.
Un estudio multidisciplinario liderado por la organización resolvió que los 476 millones de personas que pertenecen a pueblos indígenas, y que cubren el 28% de la superficie terrestre, contar con sistemas alimentarios mucho más resilientes y sostenibles que pueden ser la clave para brindar soluciones que garanticen la viabilidad de la producción de alimentos en el resto del mundo, si se toman en cuenta en el desarrollo de políticas públicas. En este sentido, la entidad puso en marcha varios grupos de trabajo para desarrollar guías prácticas y estudiar su integración en sistemas mucho más amplios, tras la publicación el año pasado de la Informe técnico de Whipala sobre los sistemas alimentarios de los pueblos indígenas.
Ese trabajo, el más importante hasta el momento en esta rama, explica que los sistemas alimentarios indígenas “implican la generación de alimentos a través de múltiples zonas diferenciadas del paisaje, y una rica diversidad de especies, variedades y razas”, además, representan una mezcla de alimentos silvestres y cultivados, “y cuando estos sistemas tienen algún grado de integración con el mercado, generalmente se mantiene un nivel de uso de cultivos tradicionales”.
Una visión integral
Este sistema se basa en un “conocimiento profundo de su entorno y ciclos asociados, que les permita aprovechar los múltiples recursos disponibles y detectar cambios ambientales”, respetando la estacionalidad de los productos y los límites de los ecosistemas. Al mismo tiempo, la entidad destaca la importancia de los “valores de reciprocidad, administración y reverencia hacia la naturaleza”, sustentados en sistemas de gobernanza colectiva.
Por el contrario, en el modelo de agricultura intensiva de un solo producto, «la complejidad de los ecosistemas se reduce deliberadamente para obtener la máxima eficiencia y rendimiento», sacrificando la biodiversidad por una mayor seguridad alimentaria. La entidad recuerda que la homogeneización de los cultivos implica la pérdida de resiliencia frente a «enfermedades, plagas y cambio climático».
La importancia de la seguridad alimentaria durante todo el año
Los pueblos aymara y quechua han garantizado su seguridad alimentaria durante cinco mil años con el chuño, una patata de la que se extrae alrededor del 80% del agua mediante sucesivas heladas y exposiciones al sol. El chuño puede durar hasta 20 años en perfecto estado antes de ser consumido, y es uno de los elementos más importantes de la cocina andina. Se puede comer entero o en harina, e incluso se utiliza para hacer postres.